Centro para la Salud Mental - Psiquiatría
para el siglo XXI
Regina Bayo- Borràs
Psicóloga Clínica
Psicóloga Clínica
La información que los profesionales vamos conociendo sobre los indicadores
de salud mental de nuestra población nos preocupa y conmueve profundamente.
Estamos comprobando que los pronósticos que la OMS (2010)
realizó para adoptar medidas preventivas, han sido ignorados. Si los
pronósticos han sido ignorados, las medidas preventivas son inexistentes.
Quienes tienen la responsabilidad de proteger la salud de la población han
hecho, y siguen haciendo, caso omiso de las recomendaciones establecidas por la
agencia mundial de la salud, a pesar del incremento del sufrimiento emocional
de un gran sector de la población, por lo que los efectos no se han hecho
esperar. A partir de la experiencia laboral de los profesionales en los
servicios de S.M., más algunas informaciones —escasas— publicadas, se puede
esbozar un (in)cierto panorama de la realidad asistencial.
He aquí algunos datos:
- Se está produciendo un imparable incremento, muy significativo, en las
tasas de suicidio. Según la última estadística "Defunciones según la causa
de muerte", publicada por el Instituto Nacional de Estadística (INE)
correspondiente al 2012, el suicidio fue la principal causa externa de
mortalidad, aumentando un 11,3% respecto al año anterior y alcanzando la tasa
más alta desde el año 2005. Es la primera causa de muerte violenta, pues supera
ampliamente el número de víctimas en accidente de tráfico. Es importante
destacar que no existen programas reales destinados a la prevención y a la
detección de este tipo de casos en el Sistema Nacional de Salud.
- También se está produciendo un incremento muy significativo de la
prevalencia atendida por trastorno mental en Atención Primaria (estudio IMPACT
publicado en 2013) con incrementos del 40% en depresión mayor, distimia (forma
leve, pero crónica, de depresión), trastornos de ansiedad, y trastornos
somatorformes (lo que mucha gente denomina trastorno psicosomático).
- Los trastornos de abuso de alcohol se multiplican por 5, y la dependencia
del alcohol se multiplica por 3.
- Se está produciendo un aumento muy significativo de consumo de
psicofármacos (aunque haya bajado el gasto farmacéutico por la prescripción de
genéricos). Simultáneamente a estos indicadores, los profesionales ven
reducidas muy significativamente las intervenciones psicoterapéuticas, cuando
no prácticamente suprimidas.
- Las intervenciones comunitarias están quedando reducidas a la mínima
expresión.
- Se está reduciendo el número de profesionales en los dispositivos
asistenciales, en especial los psicólogos clínicos, que no tienen facultad para
medicar.
- Y no por último menos importante: se está produciendo un grave
empeoramiento en las condiciones de trabajo de los profesionales especialistas
en S.M.
En el contexto general de crisis económica y social, no ha de extrañarnos
que la asistencia a la salud mental de la población se lleve la peor parte;
pero lo que sí ha de indignarnos es la "magnífica" indiferencia con
que los poderes públicos gestionan el sufrimiento de los más vulnerables. Y
tanto en la gestión como en el análisis de la situación, los profesionales de
la S.M. tenemos mucho que decir.
Si bien, como decía, estábamos avisados de que la crisis económica
conllevaba un riesgo seguro de agravamiento de la salud mental de los sectores
más vulnerables de población, se proporcionaban, sin embargo, medidas para
controlar o mitigar ese riesgo. Pero no se ha adoptado ninguna en el sentido
recomendado. Muy al contrario. Se ha sostenido por el Gobierno —y por los
gobiernos de las diferentes CCAA— una respuesta que ha agravado la situación.
Esa respuesta ha consistido, principalmente, en la reducción de los servicios y
prestaciones públicas, y en la paulatina privatización de la atención
sanitaria. Sería largo explicar las graves consecuencias de estas medidas, que
será objeto de Informes que ya estamos preparando en varias CCAA. En cualquier
caso, sumadas las reducciones (presupuestaria, de profesionales y de
intervenciones psicoterapéuticas) tenemos como resultado una grave mutilación
de la asistencia. Y una atención mutilada en los requisitos imprescindibles
para sostener la recuperación de los trastornos en salud mental llega a
convertirse en una sórdida caricatura de la misma.
Pero está despuntando un creciente —cada vez menos silencioso— malestar
entre los profesionales de la S.M., que ven cómo los encargos
institucionales/gerenciales que han de cumplir no hacen sino empeorar las
condiciones necesarias para atender digna y éticamente a sus pacientes; en otra
palabras, los profesionales comprueban a diario que no pueden ofrecer a los
pacientes y usuarios de sus servicios lo que requieren en cada situación. Y lo
que los pacientes de S.M. requieren es, fundamentalmente, escucha de su
problemática, espacio de relación asistencial, diálogo terapéutico, contención
emocional, seguimiento de su evolución, y la dosis necesaria de tiempo por
parte del profesional que le atiende, para comprender su problemática. Entender
y diagnosticar las problemáticas de salud mental requiere tiempo, profesionales
especializados, y, sobre todo, espacio mental del terapeuta. Cuando la presión
asistencial/gerencial satura la posibilidad de comprensión y relación con el
paciente, estamos desvirtuando -o pervirtiendo- lo que pretende ser una
intervención terapéutica.
Este modelo asistencial en S.M., basado en el respeto por el paciente y sus
tiempos internos, y sostenido también por el trabajo con otros espacios de la
comunidad en la que vive y se relaciona (escuela, trabajo, servicios sociales,
talleres ocupacionales, etc.) ha saltado por los aires. Se ha hecho añicos ante
la presión institucional/gerencial que exige que no haya listas de espera, que
se acorten los períodos de procesos terapéuticos, y que en base a una
eficiencia mal entendida, se alarguen los períodos entre visitas, se recorten
los tiempos de cada encuentro terapéutico, no se escuche el relato de quien
necesita explicarse para transmitir su pesar o su sufrimiento mental. Ha
saltado por los aires, y ha sido una voladura conscientemente realizada.
En consecuencia, los profesionales —psicólogos clínicos, psiquiatras,
psicoterapeutas, trabajadores sociales, enfermería especializada en salud
mental, educadores— se han visto abocados a prescindir de los espacios de
equipo multidisciplinar, a las supervisiones de casos, a restringir/prescindir
de los espacios de consulta interdisciplinar, de formación continuada, de
tutorización de jóvenes profesionales. La mutilación conseguida con los
recortes ha trastocado las prioridades: lo principal ya no es entender y
escuchar para contener emocionalmente la fragilidad subjetiva de cada paciente;
ahora lo principal es que los períodos de intervención se acorten, y que los
profesionales de la S.M. sean "eficientes" en su labor terapéutica.
Pero la eficiencia, ¿desde qué punto de vista? ¿Sólo desde el económico o
también desde el terapéutico? No son incompatibles, ni mucho menos. Al
contrario. Cuanto mejor tratamiento terapéutico reciba quien lo necesita, mejor
recuperación logrará, y menos funcionará la "puerta giratoria" (la de
que se dan altas para formalizar protocolos, pero no porque el paciente reúna
las condiciones adecuadas, lo que provoca que al cabo de un cierto tiempo vuelva
a necesitar asistencia).
Así que lo que primero fueron recortes, ya son mutilaciones, y estas, más
que cambios eficaces en el tratamiento a los pacientes, han producido
perversiones en la ética de la relación asistencial. Ya no se ofrece lo que el
paciente requiere, sino lo que la gestión económica —privatizada— considera
según su presupuesto o según sus objetivos de beneficio.
¿No será que la transformación ha devenido en travestismo? Un paciente me
decía que no sabía si quien iba a atenderle en la próxima visita sería un
psiquiatra hombre o una psiquiatra mujer, porque en los últimos 8 meses había
cambiado tres veces de especialista, "seguramente por los recortes",
decía. Esta discontinuidad en la relación asistencial agrava, —de manera a
veces inimaginable para los que no están metidos en este metier—, la confianza
y la esperanza de recuperación de quien su vida y su mundo depende de alguien
que le entienda. Por eso decimos, sin tapujos, que la fragmentación y la
discontinuidad asistencial en S.M. son factores de retraumatización del
paciente. Por eso decimos que se parece más a una caricatura del trabajo
terapéutico, a un "como si" asistencial, que a un proceso terapéutico
vero.
Lo que hace veinte o veinticinco años considerábamos como las condiciones
favorables para llevar a cabo estrategias terapéuticas de salud mental
integradas en lo comunitario, desde un paradigma bio-psico-social, ya entrado
el nuevo y flamante siglo veintiuno, la atención pública de la S.M. se ha
transformado en un cierto simulacro. Los profesionales han tenido que renunciar
a casi todos los referentes de integración comunitaria del paciente, y los han
tenido que sustituir por unos encuentros breves, rápidos, disociados de su
entorno más inmediato, en un intento —forzado— por aliviar más la gestión
institucional/gerencial que al paciente. La privatización paulatina de los
servicios de S.M. está imponiendo sus principios empresariales, aunque sea
deteriorando las condiciones de asistencia y maltratando laboralmente a
profesionales altamente cualificados.
A pesar de que los Gobiernos de cada Comunidad conocen esta situación, el
daño sigue aumentando. Los profesionales que estamos implicados en la atención
mental tenemos constancia del nivel de sufrimiento de muchísimas personas,
pruebas de una política sanitaria irresponsable y desconsiderada con los más
vulnerables. Pero, lamentablemente, de estas consecuencias sólo tenemos
constancia los que nos hemos involucrado con la realidad asistencial pública.
La población general, los representantes políticos, los medios de comunicación,
no suelen ocuparse de esta cuestión, siempre tratada como algo marginal y
todavía con una fuerte carga estigmatizante.
La salud mental de las personas, en lugar de ser un objetivo prioritario, que mereciera un cuidado y atención específicos, sobre el que los profesionales tenemos mucho que decir y que advertir; en lugar de ser un campo de atención de la salud que requiriera una buena prevención en edades tempranas -primera y segunda infancia-; un diseño diferencial según sexos —las mujeres siguen estando medicadas el doble que los hombres—; y estrategias terapéuticas que contemplen lo psicológico y lo social de cada persona y no principalmente un tratamiento farmacológico-; la salud mental de las personas, aspecto tan fundamental de la propia vida, sigue estando relegada en los presupuestos, en las estrategias sanitarias, en las prioridades por el bienestar de las personas.
La salud mental de las personas, en lugar de ser un objetivo prioritario, que mereciera un cuidado y atención específicos, sobre el que los profesionales tenemos mucho que decir y que advertir; en lugar de ser un campo de atención de la salud que requiriera una buena prevención en edades tempranas -primera y segunda infancia-; un diseño diferencial según sexos —las mujeres siguen estando medicadas el doble que los hombres—; y estrategias terapéuticas que contemplen lo psicológico y lo social de cada persona y no principalmente un tratamiento farmacológico-; la salud mental de las personas, aspecto tan fundamental de la propia vida, sigue estando relegada en los presupuestos, en las estrategias sanitarias, en las prioridades por el bienestar de las personas.
Sin embargo, el estado emocional de cada quien no puede relegarse. Ni por
el propio sujeto, ni por quienes le rodean y conviven con él, ni por las
consecuencias que puede ocasionar en su vida, tanto a nivel laboral, como
educativo, social, y de proyecto de vida. Es en este sentido que entendemos que
es imprescindible considerar el presupuesto destinado a la atención a la S.M.
como una inversión en la mejora de la salud de las personas y de sus familias,
y no como un gasto susceptible de recortes. Lo contrario, es seguir
confundiendo el precio con el valor, una confusión que lleva a más gasto social
en bajas laborales, invalideces, accidentes, fracaso escolar, conductas
impulsivas, adicciones, y un largo etcétera que excede el objetivo de este
artículo. Objetivo que no es otro más que recordar el 10 de octubre como el Día
Mundial de la Salud Mental. Y los profesionales implicados en la mejora de la
atención a la salud mental pública lo hacemos Hoy, 10 de octubre, Día Mundial
de la Salud Mental, acudiendo a varias convocatorias reivindicativas en Madrid
y Barcelona.
En Madrid, un grupo de profesionales de la Salud Mental, autores de la Declaración de Atocha en defensa de la atención pública en Salud
Mental y representantes de más de 30 asociaciones
científicas, profesionales y de usuarios que la han suscrito, realizarán
entrega de dicha Declaracion en el Registro del Congreso de los Diputados a las
12,30h. Junto a la Declaración, presentarán cartas dirigidas al Presidente del
Congreso de Diputados, Excmo. Sr. D. Jesús Posadas, al Presidente de la
Comisión de Sanidad, Sr. D. Mario Mingo Zapatero , y a la Junta de Portavoces
de los Grupos Parlamentarios, en las que les solicitan un debate en el Congreso
sobre la situación de la atención pública a la Salud Mental. Además, este
movimiento exige:
- La derogación de la Ley 15/1997 Sobre habilitación de nuevas formas de
gestión del Sistema Nacional de Salud.
- La derogación del Real Decreto-ley 16/2012 de Medidas urgentes para
garantizar la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud y mejorar la calidad
y seguridad de sus prestaciones.
- Un debate específico sobre la intolerable estigmatización que el actual
Borrador de Proyecto de Código Penal contiene respecto al trastorno mental.
La Declaración de Atocha y el movimiento creado en su ámbito ha venido
generando espacios de movimientos compartidos, integrándose y sumando con
otros, por la defensa de la Sanidad Pública. En esta línea, la Mesa para la
Defensa de la Sanidad Pública (Medsap) ha propuesto como tema central para la
Marea Blanca del 19 de octubre, la defensa de la atención pública a la Salud
Mental siguiendo los planteamientos de la Declaración de Atocha.
En Galicia, están programados actos para dar a conocer los planes de
actuación, la declaración y el programa del Movemento Galego da Saúde Mental durante el Día
Mundial de la Salud Mental (10 Octubre 2014).
También hoy, en Barcelona, se celebra el acto de presentación del Manifiesto para la creación de una plataforma en defensa de la
atención pública de la Salud Mental en Cataluña.
El Manifiesto de Catalunya también recoge la enorme preocupación de los
profesionales que hemos desarrollado un modelo comunitario de atención a la
salud mental, que desde un posicionamiento ético imprescindible, manifestamos
nuestra preocupación por los efectos del deterioro progresivo en la calidad de
la asistencia pública a la salud mental de la población. Entre los objetivos de
este movimiento en Cataluña, están los de defender y proteger la calidad de los
servicios asistenciales públicos en S.M., garantizar unas condiciones laborales
dignas para sus trabajadores, y exigir transparencia a la administración
pública sobre las consecuencias que los recortes presupuestarios están
produciendo en la asistencia a pacientes y usuarios. Esta nueva Plataforma se
constituye con la vocación de ser un espacio de pensamiento libre y
pluridisciplinar, abierto al intercambio y la cooperación con otros colectivos
ciudadanos y del ámbito de la salud. Ambos movimientos de Madrid y Cataluña son
solidarios, y van diseñando sus estrategias conjuntamente con las que se están
produciendo también en Galicia, Andalucía, Asturias, País Vasco, Navarra,
Castilla León y Castilla La Mancha.
En la Declaración de Atocha y en el Manifiesto de Cataluña se hace un
análisis socio-político y asistencial del estado de deterioro y, en muchos
casos también de degradación, a que ha llegado la atención de la salud mental
de la población. Se ha alcanzado un punto crítico que no puede sostenerse por
más tiempo.
Y seamos responsables, ¡la Salud mental nos incumbe a tod@s!
Y seamos responsables, ¡la Salud mental nos incumbe a tod@s!
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