Esa puesta de sol,
a la que no miro
si observo mis penas.
Esa sonrisa ajena,
que no hago propia,
si me retuerzo en mi dolor.
Esa belleza inmortal,
que muere cada vez
que me detengo
en mis problemas.
Ese tiempo vacío
que decido llamarlo
y me olvido de la alegría.
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