M El vampiro de Dusseldorf - Fritz Lang - Eduardo Gutierrez

Una mirada sorprendida al azar puede bastar para revelar los abismos de una conciencia. Hay una especie de horror que nos sobrecoge especialmente, es el que siendo ajeno a todo elemento sobrenatural, emerge de los substratos más oscuros del ser humano. Lo propio del terror psicopatológico es la irrupción de lo monstruoso en la vida cotidiana, el brusco desvelamiento de la faceta más aberrante de una persona a la que creíamos normal. Es en definitiva el terror a lo desconocido, siendo la locura la zona máxima de terror para el hombre cuerdo.Mas que la potencialidad criminal del psicópata lo que nos desazona es, por una parte, la desproporción entre su apariencia inofensiva y la brutalidad irrazonada de sus crímenes, y por otra, lo que cualquier alteración psíquica encierra de inexplicable e inaprensible, de desafío y reto a la razón y a la sociedad que se dice racional.A menudo las películas de terror psicológico contienen una crítica social implícita, en la medida que la sociedad, en su estado actual, es el factor determinante de muchas neurosis.
Cuando la industria del cine estadounidense sostenía que la llegada del cine sonoro únicamente servía para adaptar obras de teatro y realizar musicales M, el vampiro de Düsseldorf fue un bofetón en la cara. En el continente de las ideas, Hitchkock comenzaba a destacar así como Buñuel, Gance o Vigo y por supuesto, Fritz Lang. Para Hollywood un film como aquel no era viable, hasta que lo vieron, claro.Lang la estructuró en tres partes. La primera se encarga de mostrarnos al asesino y sus consecuencias. En la segunda el espectador asiste a la competencia desatada entre las fuerzas del orden -criticadas por su falta de resultados- y los bajos fondos -hostigados por la policía en su búsqueda del asesino- para llegar al mismo fin pero con diferentes métodos. Y en la tercera -la más sobrecogedora- una caza al hombre sin cuartel.Fritz Lang consiguió con M, el vampiro de Düsseldorf dibujar el perfil de psicópata que más tarde seguirían todos sus colegas con los matices correspondientes a cada caso. En la escena final, Peter Lorre encoge el corazón de cualquier espectador con su monólogo final, consiguiendo un cierto grado de empatía con el público, caso éste muy difícil de conseguir por un actor y solo al alcance de los genios de la interpretación. El modelo próximo o lejano de todas aquellas películas que han tenido por tema la personalidad sicopática, es sin duda, M El Vampiro de Dusseldorf, creación memorabl
e de Fritz Lang y del actor que escogió para interpretar al psicópata: Peter Lorre. Esta película de Fritz Lang va mas allá de la descripción de un caso clínico, pues nos muestra el retrato de una sociedad enferma, sin evitar todas las implicaciones políticas del caso. M el hombre gris de aspecto bondadoso que obsequiaba con caramelos y globos a las niñas, era algo más que un maniaco asesino: en los ojos de Peter Lorre hoy podría leerse la condena y la tragedia de un país al borde del nazismo. Destacar también la actuación del jefe de los bajos fondos así como su atuendo y su aire marcial, ácida crítica de Lang hacia el nazismo que se les venía encima.

En el aspecto visual y narrativo, M sorprende por su audacia y sus innovaciones; más aún si se tiene en cuenta que muchos de sus elaborados travellings y movimientos de grúa se realizaran con medios extremadamente precarios. La imaginación de Lang parece no tener límites. La primera secuencia (8 minutos y 27 planos) resulta, todavía hoy, una verdadera lección magistral de concisión y eficacia. A pesar de tratarse de su primera incursión en el cine sonoro, el director utiliza con sorprendente precisión los sonidos y los silencios para incrementar la tensión dramática del relato, al tiempo que utiliza audaces encadenados sonoros para enlazar diferentes escenas. Así, por ejemplo, cuando un grupo de ciudadanos se apiña para leer un cartel que anuncia la búsqueda del asesino, la voz que se escucha es la de un personaje que está sentado en una cervecería leyendo el periódico en voz alta ante unos amigos, situación que corresponde a la escena siguiente y que por lo tanto el espectador desconoce. Por otra parte, M es uno de los pocos films sonoros que carece de banda de sonido propiamente dicha, aparte de los ruidos directamente relacionados con la acción (puertas, motores, pisadas, sirenas). La única música que se escucha son unos compases de Peer Gynt , de Edvard Grieg, que silba el asesino. Unas notas alegres y casi infantiles que, sabiamente utilizadas, se convierten en obsesivas y fatalmente amenazadoras.
«M» es un temible asesino psicópata, pero también es, en cierta manera, un ser «condenado», incapaz de reprimir sus instintos. En la película no se dice nada de los motivos de su conducta (en el remake realizado por Joseph Losey en 1951, el mismo personaje es víctima de un padre autoritario y una madre posesiva), por lo que se presencia se reduce a la de un peligroso criminal anónimo, oculto bajo los rasgos de un hombre cualquiera, de aspecto melifluo y un tanto aniñado. Hans Beckert no existe como individuo hasta su sorprendente y conmovedor discurso, en la secuencia final, ante un auditorio formado de vagabundos y prostitutas, que no están dispuestos en absoluto a escuchar sus argumentos. Es entonces cuando se descubre que el «monstruo» no es más que un perturbado mental, cuya conducta responde a una mezcla de timidez y de ansias de notoriedad (comunica a la prensa sus crímenes así como su propósito de seguir matando). La llegada de la policía evita la ejecución inmediata del protagonista. El hampa pretende imponer justicia, pero lo único que hace es aplicar su instinto de venganza y garantizar su permanencia en unos barrios que consider
a suyos. Como se hace evidente en su posterior etapa americana, Lang siempre defendió la necesidad de la verdadera justicia frente a la sed de venganza, la aplicación de la ley a la impulsiva y temible reacción de las masas encolerizadas.
Un film en cualquier caso sorprendentemente actual, en el cual se analiza desde la perspectiva de un juicio popular con los propios delincuentes conduciendo el proceso, asuntos como el de la ley y la justicia, la posición que debe ocupar el estado en el desarrollo cívico y punitivo de una comunidad, o la funcionalidad útil del derecho.



  • Bibliografia:

  • Enciclopedia del cine Salvat


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Eduardo Gutierrez

1 comentario:

Vicent Llémena i Jambet dijo...

Este es un artículo de gran nivel intelectual, en que has expuesto tu punto de vista de la película y como no por nuestras influencias psicoanalíticas, la neurosis de la sociedad que ya anunciaba Freud en su "El malestar en la cultura", obra que quizá es una de mis preferidas, este hombre, H, no puede dejar de matar, se ha hecho a sí mismo como superhombre, es infinitamente libre, pero es esclavo del diablo parafraseando una célebre frase del antipsiquiatra Laing, al final hablas sobre la ética, me parece muy acertado tu comentario sobre la justicia y la virtud, los dos ejes de la ética de toda la historia. Muy acertado Eduardo y seguiré leyéndoos. Un beso de Vicent.